domingo, 30 de enero de 2011

Hay un señor en la estación de autobuses de Burgos.

Hay un señor en la estación de autobuses de Burgos. Está siempre ahí a pie de dársena. Jornada completa, como un trabajador más, pero no es un trabajador más, es un farsante.

De vez en cuando se acerca a uno de los autobuses que están a punto de partir, se diluye entre la gente que está despidiéndose de sus conocidos y comienza con su teatrillo. Finge que también tiene a un conocido en ese autobús y se despide de él. Se despide muy efusivamente, algunos días incluso se atreve a lanzar besos, besos al vacío. Durante esos pocos segundos no está sólo.

Lo que él no sabe es que mucha gente de esos autobuses está representando la misma farsa pero a la inversa. Ellos tampoco tienen a nadie ahí abajo. Pero al menos estos segundos farsantes viajan.

martes, 25 de enero de 2011

Grandes momentos históricos II - La magia comienza.


Mientras Hans Rybner balanceaba nerviosamente sus piernas en el asiento de clase turista que le llevaba de su pueblo natal a la bulliciosa Hamburgo difícilmente podría haber previsto lo que allí iba a acontecerle.

Hans, hijo de alfareros, nieto de alfareros y bisnieto de alfareros -al menos hasta donde recordaban los álbumes de fotos de la familia- era también alfarero por inercia generacional. Pero Hans odiaba la arcilla y a diferencia del resto de su familia tenía unos dedos delicados, delgados y largos. Su hermano Rupert, por ejemplo, se burlaba de él y le llamaba 'pianista', insulto que ocupaba una de las primeras posiciones en su escala de ofensas. Pero Hans no quería ser pianista, Hans quería ser mago.

Desde que con cinco años viera a Günter el Magnífico hacer el truco del pañuelo bailarín enfrente del taller de su padre tuvo claro a qué quería dedicar su vida. Pero la inercia generacional para un primogénito varón es insalvable y tuvo que ocuparse del taller familiar una vez que su padre murió. No porque fuera necesario para alimentar al resto de hermanos -de hecho el taller generaba cuantiosas pérdidas- sino porque era lo que se suponía que debía hacer.

Muchos años después de que muriera Günter el Magnífico, Hans, aunque nunca llegó a saberlo, conoció a su nieto. De camino a Alemania, el nieto de Günter, Jurgen, paró en su taller para hacer unas consultas acerca de unas piezas de cerámica que pretendía emplear en uno de sus trucos pues él también era víctima de la inercia generacional. Obviamente, Hans le atendió encantado y fue amable por primera vez con uno de sus clientes después de 15 años moldeando cuencos de barro. Jurgen el Fantástico le obsequió agradecido con una entrada para el Festival de Magia que se celebraría dos meses después en Hamburgo.

Durante los dos siguientes meses Hans experimentó varias cosas por primera vez. Por primera vez sintió que la vida no era cenicienta y gris como la arcilla con la que había trabajado día tras día desde que tenía uso de razón y por primera vez soñó. Soñó con sables, soñó con pañuelos de colores de viveza indescriptible, con conejos saliendo de chisteras, con chisteras saliendo de conejos, con cuchillos que cortaban el aire para clavarse hasta la empuñadora a escasos milímetros de ingles anónimas, soñó con todo tipo de imposibilidades, soñó con la magia, la propia esencia de la magia parecía cobrar forma ante sus ojos durante sus sueños, tan hipnótica, serpenteante, tan tentadora. Apenas habría podido concentrarse para trabajar de no haber necesitado el dinero para poder pagarse el viaje a Alemania.

Y por fin llegó el gran día, después de un larguísimo viaje en tren llegó a una Hamburgo en pleno Festival. Decepcionado poco tardó en darse cuenta de que su entusiasmo por el Festival de Magia apenas era compartido por otras cinco personas en toda la ciudad, con las que por otro lado, nadie que apreciara su tiempo libre habría compartido un café. El Festival de Magia tan sólo era un festival accesorio al gran Festival de Hamburgo, que como todo buen festival tiene en el alcohol a su mayor reclamo -y tal vez único-. Las calles estaban atestadas de rubicundos beodos tambaleantes y para el pobre Hans, acostumbrado a la quietud de su taller, aquello era demasiado. Agarrado a su entrada intentó preguntar a varios de aquellos borrachos pero poco obtuvo como respuesta aparte de balbuceos, relatos inconexos y eructos.

Más de casualidad que de otra forma finalmente lo consiguió, finalmente llegó a la carpa descolorida y remendada en la que se alojaba LA MAGIA. Apenas había cola salvo la que formaban unos austriacos mal informados, así que Hans pronto llegó hasta el enano que hacía las veces de taquillero subido a un cubo dado la vuelta. Cuando Hans le tendió la entrada al enano se convirtió en el único testigo en toda la historia de la humanidad de un fenómeno paranormal, de un fenómeno mágico, de algo completamente inexplicable, Cuando Hans le tendió la entrada al enano éste se volvió bruscamente para evitar que entrara en la carpa uno de los austriacos que aún no se había convencido de que allí dentro no sirvieran cerveza. El enano no pudo verlo pues con su movimiento se trastabilló y se cayó del cubo. Pero Hans sí pudo, entre todos los presentes solamente Hans lo vio, vio como su entrada para el Festival de Magia de Hamburgo desaparecía de su mano, sin ningún efecto de luz ni sonido, sin ninguna sensación extraña, sin que el aire se enrareciera en absoluto. Simplemente desapareció y el enano, enfadado como sólo puede enfadarse un enano del que unos austriacos borrachos acaban de reírse no le dejó entrar en la carpa y Hans tuvo que volver a su taller.


Pese a ser la única persona que jamás ha contemplado algo verdaderamente mágico y no simples juegos de manos, trucos y engaños, Hans Rybner siempre llevó con gran peso en su corazón aquella oportunidad perdida y desde entonces y desde su taller profesó un profundo odio hacia los austriacos y los enanos.

sábado, 15 de enero de 2011

Pues súbete la bragueta.

Llevo años haciéndolo, sé que no debería, pero lo hago, y nadie se ha dado cuenta, hasta ahora. Al comienzo fueron pequeñas bromas, pequeñas charadas inapreciables. En el código de mis páginas web incluía breves comentarios, bien escondidos entre todo el fango del html, unos claros entre todo ese espeso bosque farragoso. No eran comentarios sobre el propio código, eran, por poner un ejemplo entonces recurrente, palabras sueltas que me hacían gracia como "panqueque", "saltimbanqui" o "cuchufleta", todo muy dadá, muy personal, unas travesuras inofensivas, petardos de veinticinco pesetas.
Pero nadie se daba cuenta y me fui confiando, de palabras sueltas pasé a frases, frases descontextualizadas, a menudo insultantes, daba igual, nadie se fijaba nunca, era invisible, nadie iba a ponerse a buscar entre el código de mis páginas línea a línea como si allí fuese a encontrar las claves del asesinato de Kennedy o la forma de hallar la piedra filosofal, allí podía escribir lo que quisiera y hacerlo público sin que jamás lo leyera nadie. Pero estaba el riesgo, siempre estaba el riesgo, el riesgo era lo único que hacía que tuviera sentido. No era lo mismo que escribir algo y guardarlo en un cajón bajo llave, lo que escribía estaba expuesto, estaba al alcance de todo el mundo. Allí podía gritar, eran gritos de verdad aunque nadie los llegase a oír nunca, yo oía el árbol cayendo en el bosque, yo estaba allí, estaba solo, pero estaba en el bosque.

Lo que escribía se fue volviendo cada vez más introspectivo, laberíntico, intestinal, y así fui diluyéndome naturalmente en la poesía y nadie se dio cuenta tampoco entonces. Pasaron los años, depuré mi técnica, la llevé lo más lejos que pude -que no fue mucho-. Hasta que un día, también de forma líquida, la poesía pasó a formar parte del bosque, los comentarios dejaron de ser comentarios la poesía pasó a formar parte del código propiamente dicho, ya no usaba el lenguaje ordinario, era poesía en html, las etiquetas cobraron musicalidad y significado, un significado que probablemente sólo fuera capaz de descifrar yo, pero un significado al fin y al cabo. Ya era completamente imposible que nadie me oyera gritar nunca. Pero yo seguí gritando.

¿Qué? ¿Qué os ha parecido esta? Parecía que iba a ser el mismo rollo de siempre, las mismas locuras, con esos petardos de veinticinco pesetas, ¿y qué me decís del título?... jeje, pero menudo giro, menudo giro hacia el drama, como una confesión, un "¡eh! ojo, el simiópata tiene corazón, corazón de mono, pero corazón". Y encima ahora quiere quitarle hierro al asunto añadiendo este último párrafo ligero. Tiene delito. ¿A cuántos niveles podré llevar todo este rollo de los metacomentarios? Yo ya he perdido la cuenta. Encima se autodenomina simiópata, este tío es imbécil.

lunes, 10 de enero de 2011

LET ME TELL YOU OF THE DAYS OF HIGH ADVENTURE

Escupo sobre el estado del bienestar. Una frase dura para empezar, para enganchar al lector, una pequeña patada en la boca, que no hace daño pero espabila. Escupo sobre el estado del bienestar. Reiteración, bien, bien, vamos bien, aunque nos estemos retrasando vamos bien. Escupo por tercera vez sobre el estado del bienestar, el estado del bienestar -y arranco- es el estado del aburrimiento, del tedio, no sé a qué viene tanto alboroto ni tanta ansia. Occidente concibe el bienestar como una monótona ausencia de riesgos vitales, como una repetición del mismo día una y otra vez, Cheerios a las 7.13, señor con cabeza de Zeppelin a las 7.28, Let it be versión peruana a las 8.05, me seguís, me seguís. Sois listos, un aplauso para mis lectores. ¿nadie? ¿ni siquiera estás aplaudiéndote tú mismo? claro que no, porque eso sería ridículo y hemos dicho que sois listos. Pero no me distraigáis.


En definitiva el estado del bienestar no supone más que una aceleración en la percepción del paso del tiempo donde todos los días se acaban convirtiendo en el mismo y van pasando sin pena ni gloria hasta que un día, ese único día al fin y al cabo, te sale pelo en las orejas y caes muerto de un infarto derramando el agua del vaso de tu dentadura postiza sobre el alicatado. El estado del bienestar es la muerte en persona, vamos, en estado, bueno, ya sabéis lo que quiero decir así que no me vengáis con monsergas.

¿Qué espacio le queda a la aventura, a la sorpresa, a lo desconocido? ¿Dónde se esconden en nuestro querido estado del bienestar? En la ficción, sólo en la ficción podemos escapar un poco de nuestro querido bienestar y quitarnos el moho de los huesos y de los ojos. Como mucho algunos LOCOS se aventuran en la naturaleza a practicar deportes de riesgo, deportes de riesgo con medidas de seguridad estudiadísimas para que no haya accidentes, de forma que el único riesgo que corren es el de ser unos malditos HIPÓCRITAS.

godzilla, comic, basketball, baloncesto


Basta ya de vivir aventuras por delegación en las bibliotecas y en las salas de cine, abandona el camino social-alquitranado y HAZTE PIRATA. Y no de esos piratas posmodernos, no, no, pirata de los de loro, sable, pata de palo y escorbuto. Surca los siete mares, aborda cruceros de lujo, emborráchate hasta caer por la borda, amanece cada día en un puerto distinto con una enfermedad venérea más sorprendente que la anterior y vive, VIVE. ¿Para eso necesitaríamos una máquina del tiempo?, no, no, hoy en día hay piratas, puede que no en estas latitudes, pero yo le acabo de mandar una carta a la embajada de Somalia para pedirles información y enrolarme en su gloriosa tradición naval.

pirate, dog, pirata, perro, disfraz, costume

Asunto: I WANNA BE A PIRATE, A PIRATE I WANNA BE

Hola, me gustaría obtener información acerca de cómo convertirme en pirata en Somalia. No sé si tienen ustedes una universidad para piratas o es una titulación de grado medio. He leído los Viajes de Gulliver y La Isla del Tesoro, así que los fundamentos básicos los tengo y a lo mejor podría convalidar algo. En realidad sólo necesitaría un breve cursillo de natación y de nudos. Llevo unos meses desayunando grog así que eso tampoco sería ningún problema.

¡Muchas gracias!

Atte: Harley Threepwood.